Un sueño que no es mío

Desperté con el peso de los años hundiéndome los hombros, con el alma gastada de días sin brillo, hasta que ella apareció. Su risa era un amanecer en primavera, su mirada, el reflejo de todo lo que alguna vez soñé. No buscaba amor y, sin embargo, ahí estaba: irremediable, inevitable, como un destino escrito en el aire.

Cada tarde la veía pasar, etérea, con el andar de quien parece pertenecer a otro mundo. Quizás a uno donde yo nunca entraría. Quise hablarle, pero mi voz se ahogaba antes de nacer, atrapada entre el miedo y la certeza de mi insignificancia.

La juventud en su piel era un lienzo intacto donde el tiempo aún no había dejado huella, mientras que en la mía, la vida había escrito su historia sin pausa ni compasión. ¿Qué puede ofrecer un hombre que ha contado más inviernos de los que le quedan por vivir?

A veces me atrevo a imaginar que me mira, que su aliento dibuja mi nombre en el viento sin que yo lo escuche. Otras veces, la realidad me golpea con su cruel verdad: para ella, soy solo un extraño en la multitud, una sombra sin rostro en el rumor de la ciudad.

Pero el amor no atiende razones ni relojes, y aun sabiendo que nunca será mía, no puedo evitar que su recuerdo me habite, como un poema inconcluso. En cada paso que doy, en cada suspiro perdido, ella vive, aunque jamás me haya tocado.

El tiempo sigue su curso, y yo, con el alma atada a lo imposible, me conformo con verla de lejos, con la dulzura amarga de quien ama sin ser visto. No espero milagros ni promesas, solo el consuelo de saber que alguna vez crucé su camino, aunque ella nunca lo sepa.

Y así, con la noche abrazándome, sigo adelante, llevando su imagen conmigo, como un sueño inalcanzable que nunca dejará de ser hermoso.

Categories:

Tags:


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *