Hoy quise escribirte la más dulce pena,
verso que en el alma la noche condena.
El viento en la plaza susurra tu rastro,
silencio que quema, lamento que arrastro.
Aquel día impuso su sombra en mi suerte,
latido que insiste, recuerdo que muerde.
Fuiste el trago amargo que no degusté,
el beso en mi boca que nunca encontré.
Las calles despiertan su brillo dorado,
y el eco de un son sigue al sol derrotado.
El aire a tequila y a agave me embriaga,
mas sin tu presencia, la noche es tan vaga.
Los días se borran, se funden en nada,
pero tu memoria se aferra y me atrapa.
Eres la locura que azota mis sueños,
más huyo de ti y más firme te siento.
La luna te vio y quedó cautivada,
como yo de ti, perdida y atada.
Desde aquella noche su luz es distinta,
más clara, más triste, más sola, más fría.
Un trago me tomo queriendo olvidarte,
mas vuelve el tequila a siempre nombrarte.
Me mira y pregunta si aún te recuerdo,
como si no viera que en mí estás eterno.
El tiempo se quiebra, las sombras se alzan,
el eco de un “adiós” aún me alcanza.
Camino entre acordes y notas heridas,
buscando tu risa en promesas vencidas.
Los músicos lloran su triste tonada,
las cuerdas desatan mi pena callada.
Tus ojos reflejan la luz de la aurora,
pero el adiós quiebra su tenue demora.
Hoy quise escribirte la pena más bella,
pero solo es llanto de un alma sin huella.
Si el tiempo es engaño y el mundo condena,
que me lleve a ti o que borre mi estela.