El silencio me acompaña

Aprendí a callar un amor sincero, para darle mi cariño en la brisa y no en el peso de las palabras. Aprendí a callar para no perderla, para estar cerca cuando ella me requiera, como el río que no pide, solo fluye.

Callé mi nombre en sus labios para escuchar el eco de su risa. Callé mis pasos para seguirla sin que el tiempo la aleje. Aprendí a ser la sombra que la luz no ahoga, el susurro que el viento no arrastra.

Si alguna vez me busca, sabrá que estuve ahí, en cada pausa de su andar, en cada instante donde el silencio fue mi verso más cierto.

Estaré donde su risa estalle como un reflejo dorado en la tarde, cuando sus ojos brillen sin darse cuenta. Seré la brisa que la envuelve en los momentos de júbilo, la sombra discreta que la mira sin prisa cuando su luz destella.

Cuando sus ojos me alcancen sin saber que me buscan, cuando el cansancio opaque un poco su voz, cuando la soledad la roce apenas, estaré ahí, imperceptible, como un eco tibio que la envuelve sin atadura.

No para interrumpir su camino, no para pedirle nada, sino para recordarle, sin palabras, que su risa tiene un testigo, que su luz tiene quien la admire, que en la vastedad de su mundo, hay un rincón donde nunca estará sola.