El frío nos encuentra

El invierno se instala en la piel como un susurro helado. El viento arranca las hojas de los árboles, despojándolos de su antigua sombra, dejándolos desnudos ante el cielo gris. Caen sin prisa, girando en el aire antes de encontrar el suelo, donde se amontonan en un lecho crujiente que canta bajo nuestros pasos. Cada pisada es un eco de lo que fue, una melodía rota de otoño que aún se aferra a la tierra.

Las noches se alargan, extendiéndose como un velo oscuro sobre el mundo. Las sombras se alargan, y el silencio pesa más en la ausencia de luz. Todo parece dormido, congelado en un instante perpetuo, pero nosotros seguimos avanzando.

Encendemos una fogata en medio del frío. El fuego crece entre nuestras manos, crepita, danza, se alza en destellos anaranjados que desafían la helada. Su calor nos envuelve, nos recuerda que seguimos aquí, que incluso en la estación más fría hay un resquicio de calidez.

Nos tomamos de las manos y seguimos caminando. El sendero es largo y solitario, pero nuestros dedos entrelazados desafían la noche. No sabemos a dónde nos lleva este invierno, pero mientras avancemos juntos, el frío solo será un murmullo lejano, un susurro sin fuerza, un recuerdo que el fuego se encargará de desvanecer.