Aquella conversación que nunca terminamos y hoy ya olvidamos aún pesa como un susurro inconcluso entre nosotros. Fue tu impaciencia y mi sosiego infinito lo que nos dejó en un respirar detenido, en un intercambio de palabras que nunca llegó a ser completo, en una despedida silenciosa que ni siquiera supimos reconocer. Esa plática que nunca terminamos y hoy ya olvidamos se quedó suspendida entre las cosas que no dijimos, entre los gestos que dejamos escapar y los silencios que permitimos llenar de distancia.
He visto nuestras palabras cruzarse en el camino, como extrañas, sin reconocer en ellas la vida que una vez nos unió. Ya no caminan juntas; ahora se rozan y se desvanecen, como dos trenes que alguna vez compartieron una vía y hoy solo se cruzan en estaciones desiertas. Y tú, desde lejos, aún con esa mirada enojada que me rehúyes, sigues siendo el faro al que vuelvo a mirar, buscando en tu rostro el reflejo de aquel amor que me sabía a eternidad.
Aquella conversación que nunca terminamos y hoy ya olvidamos dejó un eco en los besos que nunca murieron. Besos que resuenan en nuestro silencio, como el último latido de algo que se niega a desaparecer. Aunque no estén nuestras palabras, aunque el destino ya no nos guarde juntos, hay rincones en mi memoria donde tú sigues siendo tú, donde tus ojos aún se encuentran con los míos, y donde lo que quedó en el tintero es un poema que no me atrevo a terminar.