El Peso del Silencio

Hay silencios que nos ahogan,
como mares sin olas donde naufraga el alma.
No llevan estruendo ni sombra,
pero se quedan enredados en la garganta,
sosteniendo un peso invisible,
como si el aire se volviera plomo.

Silencios cortos que pesan como siglos,
detenidos en el aire, esperando una voz que los rompa.
Minúsculos instantes donde el tiempo se congela,
donde la ausencia de palabras es un grito contenido,
un abismo entre dos miradas que no se atreven a saltar.
Es el eco de todo lo que nunca se dijo,
el filo de una pausa que corta más que cualquier palabra.

Ruido mudo que grita en lo profundo,
susurros de lo no dicho, ecos de lo que duele.
Palabras enterradas en la piel,
latiendo en el pecho como un tambor callado,
esperando, tal vez, a que el viento las libere
o a que el olvido las haga ceniza.
Porque hay silencios que duelen más que la ausencia,
que se clavan más hondo que la despedida,
silencios que son una pregunta sin respuesta,
un vacío donde antes hubo voz.