Siempre el reloj en mano,
midiendo cada segundo,
mientras perdemos el mundo
por correr sin rumbo en vano.
Buscamos que todo pase,
sin ver lo que está a nuestro lado,
y el tiempo, astuto y callado,
se ríe de nuestro enlace.
Al final, solo entendemos
que lo mejor se ha esfumado,
y aquel reloj tan mirado
no regresa lo que fuimos.
Sus manecillas avanzan,
sin compasión ni regreso,
y en su implacable proceso,
se llevan nuestras esperanzas.
Cuando al fin miramos atrás,
ya es tarde para abrazarnos.